Hace poco, Ecuavisa pasó un reportaje sobre el tratamiento de la basura en nuestro país y cuya gestión tiene una calificación deficiente de 35/100.
Existen medidas para saber cómo es la gente, pero lo que mejor habla es el ambiente y aspecto de los lugares en que habita. Por ejemplo, respecto a la limpieza de Quito, es deplorable constatar todo el tiempo el quemeimportismo de la gente que echa basura a la calle, disimulada o descaradamente la que va a pie, o con elegancia la que va en carros lujosos.
Y es que cuando los seres humanos deliberadamente ignoran los valores sociales, llega el momento de no saber ni dónde se bota la basura, acto traducido en el irrespeto por los demás y por sí mismos pues la contaminación no tiene acepción de personas.
La participación ciudadana tan cacareada en los últimos 6 años, es un principio que siempre ha estado vigente. Participación es contribución y es una obligación inherente a la ciudadanía.
El contribuir al aseo privado y público, implica tener prudencia porque esto repercute en la salud y evita que los riesgos de enfermedades aumenten. Tiene que ver con la idiosincrasia, se espera que todo nos den haciendo y se dificulta entender el término “nuestro” cuando no se acostumbra el colaborar en forma común y solo se piensa en el término “yo” manteniendo un divorcio social.
Hoy que se publicita tanto a la educación, este aspecto de higiene pública debe tener un primer orden al momento de educar a las futuras generaciones, concientizando sobre la manera más civilizada de vivir en sociedad con el único obligatorio parámetro del respeto personal e interpersonal. Así, un día dejaremos de añorar los tiempos en que la Radio Municipal pasaba a diario el lema de que “no es la ciudad más limpia la que más se asea, sino la que menos se ensucia”.