Desde el exilio voluntario en Denver uno se alimenta de nostalgia y de extrañar el país mientras vamos amasando una nueva vida. Conforme el tiempo vuela, el país cambia, y uno se desprende de los partidos políticos y se cubre con la bandera nacional, aferrándose a la identidad que nos permite ser diferentes.
Hace más de una semana un aviso en la radio sobre la posible apertura del Consulado en Denver, la misma que cambió el panorama. Llamadas, mensajes de Facebook, e-mails, y el resultado: varios ecuatorianos terminamos encontrándonos solo por sabernos nacidos bajo el mismo cielo. Fue una reunión espontánea, sin discursos, ni trámite.
Unidos hablamos con el cónsul José Serrado de nuestras vidas, de lo que es posible lograr juntos, e incluso de jugar un campeonato de cuarenta. Gracias a la visita del Cónsul, logramos reunirnos. No se habló de política, sí se trató de coincidencias. Hoy, seguimos en contacto mientras el Ecuador se alborota dividido. Me pregunto ¿por qué no es posible reunirnos para trabajar por el país?