Se están amontonando casi las pruebas escritas, que poseemos de quiteños del siglo XVIII y comienzo del XIX, los que nos comprueban su deseo de independizar Quito de la España borbónica. Iniciaron este desarrollo intelectual los conventos de la ciudad al querer elegirse en 1725 prelados americanos -ya no españoles-, y luego hasta 1800 cantidad de ilustrados estudiantes, de lectores de obras humanistas -clásicos como modernos-, y de críticos de la cultura española del lugar, se volvieron hacia las lecturas libres, a una educación más eficaz, también de indígenas y mujeres, así como al derecho de la expresión propia e individual.
La convicción de Mariano Flórez y Vergara de ser la especie humana la misma en todos los individuos, así como la crítica del Obispo de Quito, Pérez Calama, que nada haya aprendido en España, son válidas con respecto a toda una generación nueva de criollos americanos, al fin del siglo XVIII.
A estos ya no satisfacía la sociedad políticamente inmóvil, mantenida por el ergotismo escolástico pasado de los estudios españoles.
Ya se hizo entrar por 1792 esta crítica en los periódicos, en diarios de viajeros culturales y en la producción de literatura propia. José Mejía en 1800 llamó a formarse los universitarios su Asamblea para el futuro – idea política, que en 1812 su amigo y profesor universitario Miguel Antonio Rodríguez transfirió a la vida política concreta: el 15 de febrero de 1812 la mayoría del Congreso Constituyente de Quito confirmó la primera Constitución Parlamentaria para este país, que fue de su mano: 18 años más tarde se lo llamó Ecuador.
Cuando ciertas reformas de cultura y libertad ya antes hubiesen podido arrancarse en suelo de Quito, la Constitución habría encontrado acogida más rápida, y menos discutible. No fue España el adecuado amigo constitutivo para el siglo XVIII. El trabajo de Rodríguez, doctor en jurisprudencia y en teología, entre Pasto, Guayaquil y Cuenca sin duda trajo consigo un riesgo enorme, según nuestra estimación de hoy. Diez años más tarde, sí, funcionó.
¡Felicidades, Ecuador!