Sin compasión

El excelentísimo señor Presidente de la República, según propia confesión, es hombre de formación cristiana que sigue los lineamientos de la nueva Iglesia instaurados tras el Concilio Vaticano II. No solo eso sino que, aunque lamentablemente ya no luce su uniforme color verde botella con pantalón corto incluido, mantiene vivos sus principios de boy scout que cuáles también serán pero que, en todo caso, se refieren al compañerismo en el bosque.

El excelentísimo señor Presidente bien podría seguir la doctrina del amor en que está basado el evangelio, y de la solidaridad, en que está basado el escoutismo. Así, todos seríamos felices, habitando en un reino en que el rey es magnánimo, comprensivo, generoso con sus enemigos, respetuoso, altruista. Creo que eso sería pedir mucho. Si Cristo desalojó a latigazos a los mercaderes del templo, el excelentísimo señor presidente de la República también siente el deber de latiguear con su lengua de fuete a todos los fariseos que se le oponen: a esos sepulcros blanqueados hay que obligarles a que salgan al exilio, enfrenten su inapelable y chukysenventiana justicia divina y vayan a dar con sus huesos al infierno de la humillación y el escarnio. Como jefe scout, puede hacer que quien no obedece sus órdenes pase la noche a la intemperie, empavorecido ante la acechanza de los lobos, las sierpes y los alacranes.

Lo único que me parece mal es que el excelentísimo señor presidente de la República no separe la cizaña del trigo y escarnezca con la misma furia, con la misma saña, a sus amigos que a quienes él considera sus enemigos.

Lo ocurrido últimamente con el alcalde Barrera, por ejemplo, me ha llenado de estupor. Nadie como el alcalde Barrera ha admirado tanto al excelentísimo señor Presidente y nadie, tampoco, ha puesto sus ojos en blanco y ha esbozado una sonrisa beatífica cada vez que tiene la oportunidad de contemplar de cerca a su guía, a su pastor, a su salvador. Nadie ha obedecido sus edictos con tan perseverante obstinación. Y nadie ha pretendido imitarle tan ciegamente en su prepotencia y desdén ante sus opositores. Pero por más inepto, incompetente que sea el Alcalde, no merecía el trato que el excelentísimo señor presidente de la República le dio en una de las últimas sabatinas en que, sin compasión, no solo que lo vapuleó ante el delirio de la parroquia, sino que hizo que esta le propinara una silbatina bochornosa, que dejó al pobre Alcalde con su sonrisa congelada.

Que el excelentísimo señor Presidente de la República no tenga piedad con quienes le han servido de manera tan obsecuente y le han adulado hasta el límite, resulta esclarecedor: él no vacila en enviar al matadero a cualesquiera de esos muchos corderitos que balan a su paso y que, trasquilados de toda dignidad, le obedecen bobamente.

Tomado de Diario El Universo

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