El tomo IV de Quito: tradiciones, testimonio y nostalgia, de Édgar Freire Rubio, recoge un simpático artículo de Alejandro Carrión Aguirre, titulado: Los chagras quiteños. En él, con su proverbial gracejo y agudo sentido del humor dice que: “Está probado por la Historia Patria y por la Ciencia Natural que el quiteño para lo único que no sirve es para Alcalde de Quito…”. Menciona que, hasta el año en que escribió el artículo, 1949, los mejores alcaldes de la capital han sido chagras: de Loja el uno y de Ambato el otro. En cambio, los peores, dos quiteños de tomo y lomo.
A lo largo de los 63 años que han transcurrido desde que Alejandro Carrión escribió su artículo, han ocupado la Alcaldía, personajes que, chagras unos, o hijos de chagra otros, han presidido cabildos de antología.
Para no caer en generalizaciones, Quito ha tenido excepcionales alcaldes de la talla de Carlos Andrade Marín, quiteño; José Ricardo Chiriboga, también quiteño, y de tantos otros que hicieron de esta ciudad, una de las más bellas de América.
Sin embargo, dos alcaldías ejercidas por quiteños de tuerca y tornillo, han desdibujado el bien ganado prestigio que tenía el Cabildo quiteño.
¿Qué será lo que nos depara el destino? ¿Será que algún chagra volverá a mojarse el poncho en el 2014? ¿Será que ese año, algún “Juan sin Cielo” sea diputado y deslumbre a los papanatas con su oratoria arrolladora para introducir en la Ley de Régimen Municipal un artículo que diga: Para ser Alcalde de Quito se necesita no ser quiteño”? ¿O será que algún quiteño se postula de nuevo para romper el maleficio?