El distinguido académico y articulista de EL COMERCIO, Fabián Corral, ofreció con reconocida competencia, como suele hacerlo, un magnífico estudio de lo que ocurre con el hoy desvalorizado silencio, que es, quiéranlo o no, un valor de profunda significación para aquellos que intentan transitar por caminos de tranquilidad, meditación y armonía interior.
Los ejemplos que cita el columnista de aquellos que conculcan y ahogan el silencio con el alboroto y el estrépito ruidoso, aquí y allá, son en verdad aleccionadores. E invitan a realizar una profunda meditación, exenta de distracciones y del malabarismo de palabras.
Bien hemos hecho al proponer a jóvenes aspirantes a la vida consagrada instantes de reflexión sobre el contenido del mencionado artículo.
Fabián Corral se interroga: “¿No somos capaces de callar un instante, de darle tiempo a la cabeza y de serenidad al ánimo? ¿Nos da miedo el silencio, preferimos el bullicio porque no tenemos en que pensar?”.
A mi mente viene una carta publicada por EL COMERCIO hace 11 años, esto es el 27 de mayo de 2005, en la cual expresé con sinceridad el cúmulo de ruidos que entorpecen el sano vivir. Y que coinciden con lo que indica el autor mencionado: Pitazos de vehículos, bramido de motores, frenazos espeluznantes, ulular de ambulancias y carros policiales, ventas anunciadas por altavoces a todo volumen, fragor exagerado de instrumentos musicales; sin omitir a los que proceden de las llamadas “bandas de paz” en los centros educativos que privan de la paz, incluso al vecindario; piezas que provocan al transeúnte tropezones en salones y veredas sin la menor consideración, mañana, tarde y noche…
¿Es o no verdad?