Cual bella durmiente, Jesús después de dos milenios ha despertado de su largo sueño, no ha sido el beso de una princesa lo que le trajo de vuelta a este mundo, tampoco el descubrimiento de su cuerpo por parte de un creyente arqueólogo; sino la cegadora luz de árboles colosales iluminados que han llegado hasta su sepulcro, y el alborozo de feligreses procurándose compulsivamente algún regalo en los templos del comercio, así como el barullo que hasta sus oídos llegó de suculentas cenas realizadas en su nombre; una vez convencido el hijo de Dios, de que no se trataba de una pesadilla, se incorporó desde su santo lecho, y en medio de la algarabía y alborotada noche navideña, al compás de alegres villancicos, confundióse con los seres terrenales; lleno de júbilo pensó, que su túnica, sus estigmas y el segundo mensaje que traía lo delatarían, pero más pudo el culto al bullicio, al tumulto y al colorido de las luces, lo que atrajo aquella noche buena a los miles de cristianos.
Perplejo Jesús ante aquel espectáculo, concluyó, que su nacimiento no era más que un instrumento, para legitimar un consumismo voraz disfrazado de entusiasmo religioso.