Corría la década de los 80 y de repente un maestro de ciencias sociales me designó como integrante de una delegación lasallana para visitar al arzobispo con el fin de entregarle el domund que había sido recogido en cada aula del plantel. Justo ese día era entrega de libretas pero yo no estuve a esa hora, justo al mismo tiempo nos encontrábamos ante monseñor Bernardino Echeverría Ruiz, ante quien dí unas palabras por la visita formal que le brindábamos quienes integrábamos la delegación colegial. Entre ellos estaban los abanderados, las escoltas y yo. Se iniciaba un proceso de reconsideración para quien o quienes no éramos los alumnos que jamás perdíamos un punto. La sustitución de coeficiente intelectual por inteligencia emocional, se evidenció justo en ese detalle pues sin ser un alumno diez, integraba la comitiva estudiantil. Seguramente nuestro maestro se percató de que era imprescindible la presencia de quien sin ser abanderado o escolta, también era el mejor orador del plantel. Gracias al Lcdo. Napoleón Vélez, quien dirigía la cátedra de ciencias sociales, pues se dio cuenta que el único estudiante que llevaba tres libros de historia, era tan solo un alumno que sin tener todas sus notas sobresalientes, sobresalía en la clase con bibliografía surtida en bien de los conocimientos de los demás compañeros.
Hoy los tiempos han variado y si bien es satisfactorio sacar un diez, sin embargo no deja de pensar que puede ser un 8 con gran inteligencia emocional.