Esa es la conclusión a la que podemos llegar por lo que estamos viviendo en estos días; la crisis de salud en la que nos encontramos nos revela cuan vulnerables somos los humanos ante los desastres, esta vez un virus (otro) nos ha puesto de cabeza. Y es que el covid-19 no discrimina sexo, religión, cultura o estatus social, ya que incluso el virus se ha manifestado en un principio en países industrializados, donde antes no pasaba nada, ya que todos los males se los atribuía a los países en latitudes tropicales.
Vulnerables a los juegos políticos que ha provocado el virus, porque se usó la crisis para desprestigiar al país donde (supuestamente) se originó, que resulta ser el mayor competidor económico de la mas grande potencia mundial. Esta potencia acusó a otro país (enemigo) de no tener la capacidad de reacción ante la enfermedad, por lo que debía ser aislado del mundo.
Vulnerables de no tener medias de respuesta a calamidades nacionales y planetarias, porque nos guste o no la globalización nos ha hecho dependientes unos de otros, y es hora de pensar en una estrategia global para afrontar futuras desgracias, que seguramente vendrán recargadas.
Vulnerables a la desinformación, que conlleva a la desesperación y el pánico. En esto las redes sociales y alguna parte de la prensa juegan un papel crucial, porque al no tener información precisa se crean supuestos que terminan con datos erróneos y hasta descabellados, que alarman a una población cada vez más propensa a creer sandeces.
Esta crisis (exagerada o no) nos da la oportunidad de comenzar a pensar que ya no somos miembros de un colectivo particular, ahora somos ciudadanos del mundo, habitantes de una sola nación.