Con motivo de que el próximo 1 de diciembre se recuerda el Centenario del fallecimiento de monseñor Federico González Suárez, el historiador Dr. Enrique Ayala Mora, nos deleita e ilustra a los lectores de EL COMERCIO, con el contenido de su artículo “Sabio, patriota y peleón”, publicado el 24 de noviembre.
Acostumbrados, como el Dr. Ayala nos tiene con sus vastos conocimientos de hechos históricos, culturales, sociales y políticos del país así como la objetividad al expresar sus ideas en sus artículos, en esta ocasión trae a la memoria la trascendencia de un miembro de la Iglesia Católica y su meritoria actuación en varios aspectos de la vida nacional. No me queda, sino agregar unos pocos datos informativos adicionales sobre monseñor González Suárez, cuya figura junto a otros ilustres se exaltaba; era el recuerdo y el símbolo del maestro ecuatoriano, cuando se conmemoraba, como debía ser, el Día del Maestro, cada 13 de abril.
Con relación al conflicto por cuestiones territoriales con el vecino del sur en 1910, que felizmente no llevó al enfrentamiento bélico, merece destacarse el hecho que Monseñor González Suárez y otros personajes prominentes de ese entonces, integraron una Junta Patriótica. En este aciago momento para el Ecuador, González Suárez contribuyó a levantar el patriotismo al expresar: “Si ha llegado la hora de que el Ecuador desaparezca, que desaparezca; pero no enredado en los hilos de la diplomacia, sino en los campos del honor, al aire libre, con el arma al brazo. No lo arrastrará a la guerra la codicia, sino el honor”. Sin duda este pensamiento influyó en años posteriores sobre los defensores de la patria durante los conflictos bélicos de 1941, 1981 y 1995.
Dos años después del conato bélico, en enero de 1912 y con motivo de la inminente agresión al ex presidente Alfaro y sus compañeros al ser llevados al panóptico en Quito, Monseñor elaboró e hizo un documento circular con el siguiente contenido: “Súplica. Ruego y suplico encarecidamente a todos los moradores de esta católica ciudad, que se abstenga de hacer con los presos demostración alguna hostil: condúzcanse para con ellos con sentimientos de caridad cristiana. Lo ruego, lo suplico, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo”. Sabemos lo que pasó en ese funesto 28 de enero de 1912.
Con respecto a esto, Alfredo Pareja Diezcanseco, en su obra “Ecuador Historia de la República” manifiesta lo siguiente: “El arzobispo no arriesgó su presencia, porque, según lo explicó después, temía que lo vejaran y tendieran un lazo para responsabilizarlo de la matanza. Pero puede creerse que su prestigio y decisiva preeminencia pudieron quizá haber calmado a los fanáticos e infundido respeto a los soldados”. (La hoguera bárbara II).
Sea como fuere y como piensen, interpreten y juzguen destacados historiadores sobre este último hecho, ello no opaca, no desvaloriza ni menoscaba la existencia, trascendencia y obra de Monseñor González Suárez. Solo basta con leer el artículo del Dr. Ayala Mora al reproducir las palabras del ex presidente Baquerizo Moreno.