En la mente del corrupto brota el deseo de obtener rápidamente muchas riquezas y sin mayor esfuerzo. Tal vez anhela comprarse cosas materiales: autos deportivos, lujosas mansiones o costosos relojes. Sueña con hacer alarde ante sus amigos y presentarse como una persona exitosa, a quien le va muy bien en los negocios que emprende y que le pagan muy bien por sus chispeantes neuronas. Quiere mostrarse como un ser superior ante los demás. Jamás piensa en el daño que causa a su propia familia: cónyuge, hijos, padres, hermanos o amigos, quienes se avergonzarán al enterarse que tienen un pariente amante de las cosas ajenas. Piensa solo en sí mismo. Nunca piensa que está robando el dinero destinado a un centro de salud, a una escuela o a un proyecto de ayuda social. Quiere todo para él solito.
Al mezclar la soberbia con el egoísmo y la avaricia se obtendrá un ser humano ciego y confundido viviendo en un mundo de oscuridad, que tan sólo se quiere a sí mismo y que sueña con vivir como un rey, a costa de los demás. Vive en necia oposición a las enseñanzas del Maestro Jesucristo.