Jamás imaginé que un proceso electoral constituya una seria amenaza a la estabilidad social, política y económica de la nación, sin pretender denegar el derecho constitucional de elegir y ser elegido, pero las circunstancias adversas que nos han tocado vivir de una pandemia mortal, y, una crisis económica y moral sin precedentes en nuestra historia, nos obliga a repensar, con sensatez, nuestro futuro. Parece que la clase política, encandilada por el proceso electoral en marcha, avizora solamente la consolidación de sus intereses personales por sobre los nacionales; están jugando cartas en medio de un terremoto, cuando deberían estar propiciando grandes acuerdos nacionales para los grandes cambios estructurales que requiere la patria. Hoy necesitamos un régimen que tenga tres características básicas: A).-Un gran poder de convocatoria que permita la unidad nacional en medio de la adversidad regresiva; B).- Consolidar una estabilidad que permita la realización de los grandes cambios estructurales que requiere la patria; y, C).- independencia total del pasado inmediato y corrupto; características que no nos garantiza el proceso electoral en marcha y, por contrario, nos puede conducir a una espiral de violencia y corrupción inauditos, porque el destape de la sociedad requiere cauces de solvencia y probidad, valores inexistentes en la clase política agonizante, por lo que el proceso electoral, de llevarse a cabo, será la gota que derrame el vaso de la incertidumbre que estamos viviendo.
Hay salidas para la crisis política, económica y moral, que no son viables bajo la óptica del viejo orden, del status quo de corrupción e impunidad , sino que requieren grandes decisiones en función de un nuevo orden nacional humanista, equitativo, democrático, responsable y pudoroso. La saturación del sistema llegó a la cúspide con el correísmo que nos gobierna, no necesita ser demolido, pues, de suyo se desmorona, y el proceso electoral, de realizarse, no será el puntillazo final. ¿Cuándo vamos a entender que la nación no requiere de arreglos coyunturales, sino de cambios estructurales que restablezcan la moral, la equidad y la auténtica democracia social, política y económica?