Está claro que la naturaleza nos la brinda, aun a sabiendas que no la aprovecharemos. Si vemos la triste realidad, madre natura no ha requerido de bombas, misiles, ni una simple pistola, solo dejó de mala gana que la estupidez del hombre invente un minúsculo germen inoculado a un ser vivo con terno y corbata y este le sople en la nariz al vecino que lo transporte a su ‘jorga’. Los humanos aterrorizados dejaron vacíos aeropuertos, trenes, iglesias, escuelas, estadios, playas, cines, muelles, campos y ciudades y se escondieron esperando un milagro.
Los animales husmearon esta realidad, sin temor recuperaron su espacio y empezaron a pasear por las calles sin respetar los semáforos; el cielo se hizo más claro, el agua más limpia, la basura más escasa, los nevados más fríos, el smog en retirada y la Venecia sin calles.
Como natura sabe que por el oro negro se matan las gentes inventando las guerras, dejó que lo sigan extrayendo hasta no saber dónde almacenarlo y su precio llegue a cero; los magnates no saben qué hacer con su petróleo, ni como obligar a sus cultores a que abandonen el encierro y enciendan los carros. Los acreedores están asustados, no saben a quién fiar la plata al interés que sea, están seguros que habrá algún ecuatoriano que ‘no se haya dado cuenta’ y les pague 300 millones en plena crisis. El coronavirus ha puesto a la tierra al revés, cómo debía estar sino hubieren aparecido los ambiciosos ‘líderes’ y los osados ladrones.