Lecciones de libertad

Cuando el país, como hoy marchaba a tientas, cuando el rumbo de nuestro destino cruzaba abismos y sombras, cuando la política dependía del capricho de un tirano, la voz altiva y vibrante de Alfredo Pérez Guerrero se hacía escuchar, aún acosta de su libertad y de su vida.

Hoy a los 55 años de su muerte, en esta hora de tantas dudas y desafíos para la Patria es necesario evocar su pensamiento puro y su luminosidad espiritual.
Amor a la patria, honradez intelectual y trabajo fecundo, he ahí las tres marcas indelebles que acompañaron al Maestro en su tránsito terrestre. Para él, la patria es un deber diario, una amorosa obligación para defenderla, sacándole adelante y hacerle más digna, más libre y más justa. Que abismo entre el sentido de patria de Pérez Guerrero y los politiqueros que nos han gobernado durante los últimos años, cuando la vendieron, la esquilmaron y la dejaron exigua y doliente.

Como jurista, legislador, periodista, escritor y catedrático, el Maestro regó por doquier su moral prístina y jamás cedió un ápice en su socialismo societario libertario y profundamente humanista. Como hombre de -bondad ingénita- al decir de Benjamín Carrión, luchó tenazmente por defender al pueblo y hacerlo avanzar por los senderos de la moral, la libertad y la justicia, negados todos por una sociedad ignominiosa.

Pero fue en las aulas colegiales y universitarias donde Pérez Guerrero lanzó fructíferamente sus -Semillas al Viento-. Su inmenso amor por la juventud y por la enseñanza hizo que dedicara gran parte de su vida a formar con afecto y pasión las mentes y corazones jóvenes, donde la simiente feroz tuvo su fruto sano y vigoroso.

Ahora como nunca, hay urgencia y es imperativo sacrificar los egoísmos, las ambiciones, los intereses mezquinos en aras de la salvación del futuro de la patria. Ahora como nunca, es el deber de la juventud aportar hasta el último de su esfuerzo, hasta la última chispa de su fervor, hasta la última idea de su mente para encontrar la nueva senda y encontrar la nueva antorcha. Para ello es preciso que la juventud sea inflexible e implacable en sus propósitos, incapaz de desfallecer ni doblegarse por los desengaños ni por la dureza de la faena, tiene que ser la energía que haga el milagro de redimir a este pueblo de los errores y los crímenes de ayer. Tiene que ser la creadora del porvenir.

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