Elegantísimo, bien afeitado y peinado, rayas del pantalón cual cuchillas, cuello y puños de la camisa impolutos, corbata vistosa, medias finas y zapatos brillantes, locuaz y pícaro, “dicharrachero” y “piropero”, soñador y gentil, de mente ágil y con respuesta para todo, generalmente sin medio en el bolsillo, pero con una “sal” envidiable para contar los “cachos” y un volumen de versos almacenados en el cerebro; así es o fue el “Chulla Quiteño”.
Inspiró un hermoso pasacalle que es todo un himno que vibra en las “chivas” y en los festivales y dejó bien sentado su poder seductor y su estirpe. Y que nadie se atreva a quitarle la leva o espulgar sus pies, porque encontrará que no hay mangas ni espalda en la camisa y en las suelas dos tremebundos “chilpidos” que pronto han de convertirse en huecos. “Feriado ha de ser el día de su nacimiento, bonita” “Si yo fuera usted no podría vivir sin mí”, “Sus ojos son más negros que mi destino”, le susurraba a la guapa quiteña, para luego volar donde los “ciegos” de la 24 y convencerlos de un serenito gratis.
Actores de anécdotas y cuentos, conocedores de todo el mundo e infaltables en todas las farras, así forjaron su historia el “Lluqui” Endara, el “payaso”. Vega, el “terrible” Martínez y el Fernando Suasnavas, este último aún en vigencia. Él siempre empieza diciendo en sus números humorísticos: “voy a tratar de hacer algo muy difícil en estos tiempos: arrancarles una sonrisa’ y luego desarrolla con memoria prodigiosa y mímica genuina, cientos de “cachos” que de tanto divertir lastiman las comisuras, para terminar con el infaltable verso que pondera la “Canción a mi Loma Grande”, el “Poema de la culpa” o la “Canción a los barrios de Quito”.