11 de marzo en el mundo y 15 en Ecuador, surge un nuevo miedo. Miasmático, difuminado, imperceptible. Salvo por los cadáveres. Vistos como números crecientes, abstractos, o como imágenes en las calles, reales. Se aclara la pandemia: enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos en una región. O ambos. Con consecuencias médicas en las personas y generales en el organismo social. Su causa: un ente entre la vida y lo inerte, corona virus SARS-Cov2, que provoca la covid-19 y acabará en corona hambre. La respuesta ética para intentar mitigarlas: solidaridad.
Como voluntad de reconocer los lazos sociales con otros y actuar en función de las necesidades de los demás, sean compartidos o no. Expresión de la cohesión de la nación. Como obligación social y de transformación positiva más allá de la caridad, y no como una actitud personal meritoria.
Favoreciendo a quienes se encuentren en mayor vulnerabilidad. Solidaridad biológica para cumplir el aislamiento. Solidaridad cívica en la que la comunidad está obligada a proteger a cada ciudadano y cada persona garantiza su trabajo por el bien común. Solidaridad económica de aporte proporcional a los ingresos. Todos tenemos ese camino. O el abismo.