Se asimila al ‘7 machos’ o a un elefante en una cristalería la actuación de la Cancillería en el tema de los diputados alemanes, a quienes se les negó la posibilidad de visitar el campo ITT.
En las relaciones humanas en general, pero especialmente en la diplomacia, existen normas de convivencia que obligan a un mínimo de decoro y de buena educación. Se puede disentir del pensamiento ajeno, de sus opiniones y actitudes y se puede incluso censurar su comportamiento, pero es inaceptable y hasta vergonzoso que los asuntos de Estado se traten desde las tarimas y con un lenguaje propio de cantina de barrio.
Decir que el Gobierno alemán bien puede guardarse los 6 millones de euros con los que contribuye a los planes de preservación del medioambiente en Ecuador, o que se devolverán esos valores doblados para que con esos fondos Alemania instaure cursos de respeto a la soberanía, es un exabrupto absolutamente intolerable.
No son la República Federal de Alemania ni su Gobierno y Parlamento los afectados por el insólito comportamiento de la Cancillería de Ecuador, ratificado y aumentado por las expresiones del Jefe de Estado; es la nación ecuatoriana que se siente avergonzada porque las relaciones internacionales se manejen de tal manera.