Inefables páramos andinos fueron profanados por los ancestrales Quitus, para que un día tus callejuelas estrechas y empinadas, se atrevan desafiantes a horadar las faldas del coloso que hoy es tu guardián; hasta estas gélidas e inhóspitas alturas, escaló la refinada y pretenciosa arquitectura que trajo en su equipaje el ibérico conquistador, para fundirse en ese paraje con el maleable y tosco barro que le proveyó el áspero inca; juntos, castellanos y aborígenes, moldearían sobre agrestes laderas y arcaicas quebradas una ciudad mestiza, edificando casas colgadas de las nubes, de pocas ventanas, floridos balcones y terrosas paredes; majestuosas y blancas estas se yerguen, en la inmensidad de Los Andes, en medio de plazas, museos y franciscanos templos.
Ya extinto el barro por el devenir de los siglos, cemento y asfalto te extendieron mas allá de las praderas: inmensa, ruidosa, alborotada eres hoy.
Sin embargo el encanto colonial que te hizo “Patrimonio de la Humanidad”, y la relampagueante áurea que te consagro “Luz de América”, siempre habitarán en aquel puñado de España que dejaste atrás, cual pintura renacentista olvidada…, en el regazo de tu gigante, temible y verde celador. !Viva Quito!