El sábado 24 de abril, una semana después de la tragedia de Manabí y Esmeraldas, viajaba hacia Calacalí, con un primo mío, cuando nos sorprendió un inusitado despliegue de policías que se apostaban a los lados de la vía, desde el redondel de El Condado hasta la Mitad del Mundo.
En un principio pensamos que posiblemente eran policías que iban a resguardar alguno de los convoyes que se dirigían a Manabí y Esmeraldas con víveres para los damnificados del terremoto. Pero a medida que avanzábamos, el despliegue era mayor hasta que, finalmente, paramos y preguntamos a uno de los policías a que se debía tal inusitado despliegue de guardias. Nos explicó que era por la reunión de cancilleres en la sede de la Unasur.
En cada cruce, ingreso o salida de la vía y a cada lado había entre tres y cuatro policías. Desde El Condado hasta Maresa, en donde se desviaba el tráfico hacia San Antonio de Pichincha, (para que no pasemos por el redondel de la Mitad del Mundo), contabilizamos más de 125 policías, sin tomar en cuenta a los agentes de tránsito del Municipio y los demás policías que habrán estado desplegados alrededor del edificio poco utilizado por la Unasur.
Nuestra reacción fue que aquel despliegue era innecesario, chocante y escandaloso, por dos razones básicas. La primera porque Ecuador estaba en medio de una tragedia que requería que el mayor esfuerzo de seguridad y control debía estar justamente en la zona directamente afectada por el terremoto y la tragedia. Y segundo, porque históricamente nuestro pueblo ha sido, es y será un pueblo muy pacífico, respetuoso y hasta cariñoso con los forasteros.
Lo que más nos choca y enerva a los ecuatorianos es que se desperdicie y malgaste sus recursos en forma grotesca y sin medida. Se hace verdad aquel dicho ‘¡Al que no le cuesta, no le duele’!