Cambios impresionantes están ocurriendo en la ética pública y en el desarrollo social de nuestra atribulada comunidad ecuatoriana. Las neuronas azoradas contemplan el giro de 180 grados que han dado los valores de la sociedad. Son los tiempos modernos, chuecos y retorcidos en los que estamos viviendo, en pleno siglo XXI.
Son momentos de nuestra historia en los que los grilletes constituyen la mejor presea; la cárcel 4 el premio gordo; las órdenes de detención de los delincuentes equivalen a un diploma summa cum laude; los prófugos de la justicia hacen públicas declaraciones y son asediados por periodistas nacionales e internacionales, provocando una melodiosa monserga para los oídos vírgenes de los insensatos; los delincuentes se llaman a sí mismos “perseguidos políticos” y se escudan en la búsqueda de cargos públicos para adueñarse de la inmunidad; los que roban son llamados ingeniosos guardadores de los dineros públicos; los que son capturados por la Policía sufren de repente agudos y severos quebrantos de salud, lo que los lleva directamente, no a la cárcel, sino al hospital: salen covid positivos, sufren de un patatús, chiripiorcas, berrinches y un mareo nauseabundo por la situación embarazosa que están atravesando, claro, temporalmente.
Los tiempos están cambiando, delinquir se ha puesto de moda, la sinvergüencería está en el cenit de su gloria, la impunidad se pasea oronda por las veredas, abrazada con el descaro que gobierna la vida nacional, los mentirosos acceden libremente al trono de la verdad y los demás contemplamos impávidos el entierro de los valores que antaño eran muy estimados como: la honradez, la bondad, la verdad, el respeto a los demás y el verdadero amor.