En todos los tonos y con todos los argumentos hemos pedido al gobierno que modifique, suprima, alterne sus aburridas, mentirosas, groseras cadenas, propagandas, sabatinas. Pero el resultado siempre es el mismo: nada cambia. No queda más remedio, por lo tanto, que hacer uso infinito de un botón o espacio de todos los aparatos de comunicación que permite la ciencia actual, para cambiar o apagar lo que es de nuestro desagrado, desinterés y hasta repugnancia.
Su sonido es tan familiar como útil. Gracias a un clic desaparece de nuestra presencia cualquier burócrata. O aparece el buscado por los que le admiran. Es cuestión de gustos, preferencias, conveniencias, prejuicios y hasta de la hora y sitio donde esté el oyente o vidente. Me consta.
Todo esto confirma que este aparatito ayuda enormemente para vivir en democracia. Su diario uso nos permite mandar adonde nos plazca -y a la velocidad de la luz- cualquier imagen. El que quiere tener la misma, simplemente hace clic y le ubica dónde más le guste. Dispone, para nuestra suerte, de un servicio adicional: permite bajar a cero el audio, para no perdernos ni un segundo del siguiente programa que sí nos atrae. No tienen idea de la satisfacción que da ver una cara burlona, seria, compasiva o indignada, pero no oírla. Cómo será de democrático el instrumento, que puedes usarlo cuando un entrevistador ocupa más tiempo que su entrevistado.También faculta esconder ‘telebasuras’. Y es un desafío aplastar el botón antes que termine la frase “interrumpimos nuestra programación para sumarnos a una ca…”. Otra ventaja: el uso del control puede ir acompañado del peor insulto, lo cual no es mi culpa porque me provocan.