No sé si todos piensen igual, pero al menos mi vida ha sido siempre motivada gracias a la ilusión. Esa ilusión del primer día de clases, la ilusión del primer trabajo, la ilusión de viajar, la ilusión de ganar algo. Lastimosamente, con el paso del tiempo, esas ilusiones meramente personales ya no son suficientes. Por alguna razón u otra, quizás la edad, uno se siente más conectado con el mundo y se interesa más por lo que pasa a su alrededor. Es así que mi última ilusión se encendió, independientemente de mi tendencia política o voto en las urnas el pasado 2 de abril, con el discurso simple pero conciliador emitido el 24 de mayo. Sin embargo, para mi pesar y seguramente el de muchos otros, no ha pasado un solo mes y ya han estallado grandes escándalos de corrupción, los cuáles seguramente estaban cubiertos bajo la alfombra hasta pasar las elecciones.
Igualmente, afecta mi ilusión esa falsa idolatría, potenciada por las redes sociales, que convierten a un prófugo en un perseguido, al cual hay que recibir con los brazos abiertos y pedirle disculpas. Eso solamente demuestra que olvidamos fácilmente y somos fáciles de engañar. Así que si quieren seguir engañándonos, engañen, si quieren seguir robándonos, roben, pero eso sí, personalmente defenderé mi ilusión de un diferente y mejor futuro hasta el final.