Fin de Año
El 31 de diciembre es una fecha emblemática en Ecuador, marcada por tradiciones que entrelazan cultura, identidad y la esperanza de un nuevo comienzo. Es una noche en la que las familias se reúnen, los barrios se iluminan con fogatas, y los monigotes, cargados de humor y crítica, arden en una catarsis colectiva.
Sin embargo, al reflexionar sobre esta festividad, surgen interrogantes sobre su impacto en nuestra sociedad y medio ambiente. Por un lado, las quemas generan un considerable nivel de contaminación, afectando la calidad del aire y poniendo en riesgo la salud de las personas, especialmente de los más vulnerables. Por otro lado, el derroche económico en monigotes, fuegos artificiales y festejos puede contrastar con las necesidades básicas insatisfechas de muchas familias.
Estas observaciones no buscan criticar una tradición profundamente arraigada, sino abrir un espacio para el diálogo. ¿Cómo podemos preservar el simbolismo del 31 de diciembre, sin comprometer el bienestar de nuestra gente y nuestro entorno? ¿Es posible fomentar prácticas más sostenibles y solidarias, que nos permitan mantener vivas nuestras costumbres, adaptándolas a los desafíos de nuestro tiempo?
Invito a la comunidad a reflexionar sobre cómo estas celebraciones pueden evolucionar para integrar valores de cuidado ambiental, responsabilidad social y solidaridad. Tal vez, como sociedad, podamos dar paso a un nuevo ciclo no solo quemando lo viejo, sino construyendo algo nuevo que beneficie a todos.
Mateo Enríquez