Apagar el ruido y escuchar al otro
A pesar de que el examen de retos profundos y temas complejos se diluye en la espesa lava de las noticias cotidianas, y de la bronca permanente, —vivimos en un permanente estado de disputa entre polos: conmigo o contra mí—, desde los organismos de cooperación internacional debemos hacer un sobreesfuerzo para aislar el ruido, escuchar las voces y lograr consensos.
Por un lado, la escucha de voces diversas y plurales es imprescindible para garantizar un diálogo entre diferentes. Y es que, dialogar con diferentes es lo que proporciona esa mirada al otro desde la dignidad que tiene cada ser humano. Cuando hablamos de promover el diálogo, hablamos de promover la ética.
Por otro lado, aislar el ruido exige identificar los factores que ponen en riesgo un sistema de valores, el respeto al Estado de derecho y el ejercicio de ciudadanía.
Hasta ahora hemos concentrado nuestros esfuerzos en la protección de los derechos y libertades civiles y políticas, principalmente, siguiendo en esencia el espíritu de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Sin embargo, la relativa generalización de nuevos códigos de comportamiento como la institucionalización democrática; una mayor conciencia del Estado de derecho; una ampliación de las libertades básicas de conciencia, información, asociación y expresión, entre otras, han incentivado la necesidad de ir más allá de la filosofía tradicional que orientó por varias décadas el modelo de derechos humanos fundamentales al que ahora aspiramos.
No es que dichas causas hayan alcanzado un óptimo nivel en la mayoría de las democracias liberales, y de hecho en varias de ellas han sufrido un deterioro claro, sino que nuevos factores —como la globalización, la pobreza o la desigualdad—, hicieron necesario enarbolar otras banderas con más proximidad a las nuevas preocupaciones de lo que llamamos «sociedad civil internacional».
Ya no basta trabajar intensamente contra la tortura, por ejemplo, sino también contra toda forma de discriminación que afecte o restrinja el ejercicio de los derechos civiles, políticos, económicos, sociales o culturales.
Contribuir a alcanzar esas metas es una apuesta ambiciosa en dos sentidos: el de orden legal y el de carácter político.
Es allí donde entra la urgente necesidad de crear un nuevo marco de comprensión del papel que puede y debe jugar la educación en valores éticos y el espíritu de una ciudadanía democrática como elementos indisociables para la convivencia democrática, la cohesión social y la vigencia y el ejercicio pleno de los derechos humanos en el siglo XXI.
Necesitamos hacer un esfuerzo colaborativo entre todos, sector público y privado y actores sociales, para avanzar y afrontar las nuevas amenazas que padecen millones de personas en la región: los flujos migratorios, las violencias, las discriminaciones y brechas que sufren las niñas y mujeres, la desigualdad racial, la corrupción, la escasez en servicios públicos básicos, etc.
Necesitamos recuperar la confianza en el sistema, fortalecer nuestras competencias y habilidades con el compromiso ético con la democracia y el respeto de los derechos humanos. Es igualmente urgente que propiciemos espacios de confianza y de diálogo intersectorial e intergeneracional, y por supuesto paritarios, que nos permitan promover dinámicas de escucha activa del otro.
Por ello, desde la OEI, apostamos por crear una alianza colaborativa regional, la Red Iberoamericana de Educación en Derechos Humanos para la Ciudadanía Democrática a la que invitamos a empresas, instituciones públicas, organismos multilaterales, academia, y sociedad civil a sumarse para apagar ese ruido tóxico y encender la antorcha del diálogo y la escucha activa de voces plurales. Necesitamos esta alianza estratégica para apoyar y reconducir a Iberoamérica hacia sociedades más cohesionadas, justas e incluyentes.
Mariano Jabonero es secretario general de la Organización de Estados Iberoamericanos (OEI)