Esta carta va dirigida a los soldados ecuatorianos, a quienes están patrullando las calles en el día y en la noche, a quienes se sientan un momento en las veredas y cierran sus ojos para descansar, añorando el calor de su hogar.
A los que saben que su labor es indispensable para que nuestro país no decaiga.
A los soldados que ven con impotencia cómo incumplimos las recomendaciones y las normas para evitar más contagios.
A los soldados que instalan albergues; donan sangre; llevan comida y colchones a los centros de acogida; y ayudan a ancianos abandonados.
A los soldados en la dura tarea de trasladar a las personas fallecidas, sabiendo que posiblemente ellos les despedirán por última vez.
A los soldados que cuando releven a sus compañeros dejarán a sus familias con la fe y la esperanza de que estén protegidas en casa, mientras continúan resguardando al país.
Gracias por su trabajo y no desfallecer ante la incertidumbre de lo que vendrá…