Henri Beyle (Stendhal), en su novela ‘La cartuja de Parma’, describe lo que ocurría en la Italia del siglo XIX: “Esa cosa llamada broma o caricatura era desconocida en esta tierra de cauteloso despotismo”. No obstante, alguien ya caricaturizaba al poderoso y recogía el sentimiento de rechazo del pueblo, permitiéndole reírse a sus espaldas. Para que la caricatura política tenga éxito tiene que punzar, molestar, zaherir el orgullo del protagonista. Caso contrario, a nadie le gustaría, excepto al majestuoso, mirar su foto adornada con textos de los adulones de turno.