Durante la edad media en Europa e incluso en el tiempo colonial americano, especialmente en Norteamérica, se conoce de la persecución a las denominadas brujas. Las brujas, a quienes se les atribuyó poderes mágicos utilizados para causar maldad, fueron acusadas, perseguidas, juzgadas y ejecutadas. La maldad que se les atribuía consistía en atentar contra el bienestar de una población, fenómenos que escapaban al entendimiento colectivo: el clima, enfermedades. Para racionalizar el entendimiento debía existir un culpable, un chivo expiatorio. Así, si el ganado moría no se trababa de fiebre aftosa sino la influencia de una bruja, si la cosecha no era la esperada no era debido a la sequía o helada sino la maldición de una bruja; Estos fenómenos causaban miedo e ira en la población, pero la gota que derramó el vaso fue la desaparición y muerte de niños.
Los hechos ocurridos en Posorja dan fe que la cacería de brujas no ha quedado en el medioevo, sino han subsistido como parte de nuestro genoma social. La misma ignorancia e irracionalidad con la que nos conducimos en antaño persiste. Las nuevas dinámicas comunicacionales lejos de crear conocimiento nos siguen sumiendo en la ignorancia, lejos de ser una sociedad más informada y educada el tráfico basura de información (chismes, rumores y mitos) nos mantiene en el oscurantismo y saca a relucir lo peor de la sociedad. La cacería de brujas continua en pleno siglo XXI, era de la comunicación. Que no sea la cura una nueva inquisición.