Resulta trivial y necio cuando se pretende generalizar el comportamiento o las incorrecciones de una persona, para hacerlo universal y aplicable a todos sus similares. No se puede, no se debe estigmatizar a una persona o grupo por la conducta de otro. Los hijos o familiares de los narcos, de los asaltantes, de los corruptos, de los criminales no son ni por ascendencia ni por descendencia igualmente villanos. En el país y en tantos otros, ha habido banqueros ladrones, infames personaje que tienen nombre propio que todos recordamos. Pero son ellos, los delincuentes fugados, los corruptos y deshonestos sin moral y sin ética que igualmente hubieran robado donde fuera para satisfacer su insaciable codicia. Pero de ahí, a creer que ser banquero es una ocupación denigrante hay mucha distancia. Cuantos banqueros ilustres han sido un lujo no solo para la banca ecuatoriana sino para la sociedad y para el país. Basta recordar a caballeros de la talla, de Alfredo Albornoz Sánchez, de Jaime Acosta Velasco o de Víctor Emilio Estrada entre otros que dejaron en todos los ámbitos una estela de honor digna de ser imitada. Calles, plazas, colegios, barrios han sido nombrados en honor de tan insignes ciudadanos. No nos podemos confundir, no nos dejemos engañar en tiempos violentos, en tiempo de campaña donde todo vale, que a un digno y respetable candidato se le tache de “banquero” como si se tratarse de un malandrín. No señor, “al pan, pan y al vino, vino”.