Soy profesora de lengua y literatura, tengo 53 años y padezco diabetes. Debo confesar que he faltado al trabajo en varias ocasiones desde hace 6 meses. No por “vaga” sino por problemas de salud en mi útero y en mi rodilla. Mis jefes se quejan de “la salidera”, pero yo impongo mi derecho a la salud.
Durante un año visité varios dispensarios médicos, donde habían doctores que solo con verme, decían: “Debe ser la menopausia”… sin ni siquiera realizarme una auscultación. Pero por recomendación de una amiga, vine al Hospital Los Ceibos, donde la doctora me dijo que podía ser un trastorno hormonal o algo en mi útero.
Me hicieron biopsia y Papanicolaou. La doctora me dijo que con la extirpación del pólipo, volvería a la normalidad y efectivamente, eso ocurrió. Yo me operé sin anestesia bajo mi responsabilidad, porque recién me había operado la rodilla 3 semanas antes y no quería más anestesia raquídea. La doctora me dijo que si me dolía ella paraba y me colocaba la anestesia. Pero aguanté 40 minutos de leve dolor en quirófano. Agradezco la atención de la ginecóloga y las amables enfermeras. Como mujeres, necesitamos una atención especializada. También agradezco a la doctora María Romero quien me realizó la colonoscopía y me trató muy bien durante el examen y el chequeo.
Quiero pedirles a las autoridades educativas que se sensibilicen con las mujeres trabajadoras cuando llegamos a cierta edad y nuestra salud merma, tras muchos años de trabajo con nuestros amados estudiantes… Conozco muchas compañeras que no atienden sus molestias por no faltar al trabajo, evitando el enojo de sus superiores; mientras la enfermedad se complica. Yo me pregunto: ¿De qué vale que uno esté enfermo acudiendo a clases, si lo importante es estar sano? Sin atención médica, podría perder la vida.