Para nadie es sorpresa el afirmar que en Quito se vive un tráfico dantesco. Vivo en Sangolquí y debo dirigirme diariamente a Quito para recibir clases, y me sorprende a diario ver el infierno que se arma en el peaje. Ahí, todas las leyes de tránsito pasan a segundo plano y lo que realmente importa es salir del embotellamiento sea como sea, sin tomar en cuenta los medios para lograrlo. Pero eso no es lo realmente indignante, lo inaceptable es el impuesto de USD 0,39, en otras palabras, pago para soportar abusos por parte de buses y carros más grandes; escuchar el ensordecedor sonido del claxon y resistir la poca cultura presente en los gritos de gente. Ruego a las autoridades obedecer el consejo de Shakespeare: “Los males desesperados exigen remedios desesperados, o nunca se curarán”.