Siguiendo las columnas del doctor Rodrigo Borja sobre nazismo en la edición de domingo, se puede ver claramente la alarmante similitud que tiene con el Socialismo del Siglo XXI—o la forma de aplicarlo—, en una suerte de neofascismo que, en Ecuador, durante diez años se apropió de la opinión pública y todas las funciones del Estado, con una reducción sin precedentes de nuestras garantías constitucionales.
Sin embargo, así como en Europa fue una ideología que se convirtió en un modelo de Estado que casi conquista el mundo, en nuestro país (y otros parecidos al nuestro) no es más que un sistema de corrupción generalizada que hizo su agosto. Por eso es que mientras Hitler se suicidó al ver que su proyecto y sus deformidades colapsaron, los pares locales salieron corriendo y nos dejaron un engendro de sistema jurídico del que cuatro años después no podemos salir y una deuda que no podemos pagar.
En buena hora la versión ecuatoriana nunca tuvo la mística alemana, sólo -salvo contadas excepciones- la intención de lucrar del esfuerzo de un país engañado. Ojalá la lección esté aprendida y las elecciones sean preámbulo de mejores días para el Ecuador.