En el artículo del domingo pasado titulado ‘Los papas han conjugado fe y poder’ leímos que el Sumo Pontífice Pio VII viajó en 1814 de Roma a París, para asistir a la coronación de Napoleón Bonaparte como emperador. El autor del artículo, se equivocó. En 1814 ya soplaban los vientos de derrota para el imperio napoleónico y al siguiente año llegarían trasformados en un terrible huracán llamado Waterloo, el cual lo borraría del mapa.
La citada coronación sucedió 10 años atrás, es decir en 1804; más exactamente el 2 de diciembre del citado año, en la Catedral de Notre Dame. Fue durante ese acto solemne cuando Pío VII se disponía a colocar la corona en la cabeza de Napoleón -para tal fin había sido invitado- pero el prepotente Corso, se la arrebató y se coronó a sí mismo.
Ese proceder bajo y grosero lo cobró el Papa excomulgando al Emperador y este en represalia a su vez, ordenó poner preso, a ese “loco fanático”.