El 5 de octubre de este año se conmemorarán 75 años de la fundación del Colegio Americano de Quito, obra del notable ciudadano y demócrata Galo Plaza Lasso, expresidente del Ecuador. El proceso de creación, desde sus meses previos, tuvo el apoyo del gobierno de Andrés F. Córdova (1939-1940).
El Colegio Americano fue concebido como institución para la formación integral de los estudiantes en valores, moral, cívica y ética y para su capacitación académica bilingüe, con el propósito de constituir ciudadanos de bien para la Patria y el mundo, ahora más bien interdependiente y globalizado para la paz.
Su esencia fue -y es- el desarrollo equilibrado y armónico de la personalidad de los educandos, a través de la observancia de los principios de convivencia y de respeto a todos sus semejantes y, con mayor razón, a sus diferentes.
En tal marco filosófico, el colegio nos enseñó a amar el bien y a desechar el mal, a vivir el ejercicio de los derechos humanos, de las libertades y, hacia dentro, de las virtudes de la democracia.
Nos enseñó a predicar lo que practicamos, a aprender y a pensar con juicio crítico. A que seamos librepensadores porque el librepensamiento precisa de argumentos para subsistir, al punto que cuando carece de ellos se transforma en fanatismo, embrión de los totalitarismos de verdad única e inapelable. A respetar más las preguntas y a ser humildes con las respuestas y con nosotros mismos.
También nos enseñó a sentir nuestro amor propio en el amor a los demás. A trabajar en equipo y, en definitiva, a vivir la inteligencia emocional.
Entonces, como exalumno (de la promoción de 1960), rindo justo homenaje al Colegio Americano de Quito, a su historia y, a través de ella, a todos sus protagonistas y, en función de su fecundo pasado, le auguro un promisorio porvenir.