Como buena publicista que dice haber sido (sin quitarle mérito como escritora), Ana María Shúa “vende” su último libro, ‘Fenómenos del circo’. Pero en la entrevista publicada en este Diario el 8 de agosto se deslizan algunos comentarios que hubieran necesitado una atinada réplica para hacer más lúcido el inquisitorio.
Nos quiere convencer la autora de que el microrrelato supone “un verdadero desafío para los lectores”, ya que “al leerlo se requiere mayor esfuerzo que cuando uno lee una novela”, en que “entendida la trama y los personajes, se puede dejar a un lado” y a otra cosa. ¡Vaya dislate! ¿Qué pasa entonces con ‘La montaña mágica’, de T. Mann o ‘Los endemoniados’, de Dostoievski, por mencionar algunos ejemplos?
Expresar que un minicuento es un “desafío” para los lectores es una desproporción. Lo que ha sucedido con este subgénero es lo que ya anticipó Ítalo Calvino en ‘Seis propuestas para el próximo milenio’, donde anunciaba que nuestro tiempo estaría marcado por valores como levedad y rapidez. Rasgos que caracterizan una forma de narrar pretendidamente ingeniosa, apta para entretener a un lector apresurado y poco comprometido con el pensamiento y hacerle creer que esta escritura comprimida encierra grandes misterios que pueden desentrañarse sin mayor esfuerzo.
Obviamente, hay microrrelatos que responden al patrón de los buenos relatos breves, pero eso no implica que la moda de escribir minicuentos aporte grandes novedades con respecto a otras formas literarias de larga tradición, como los proverbios, los aforismos, las parábolas, los haikus e incluso los poemas en prosa.
Lo lamentable es querer convencernos de que hasta los chistes, los epitafios y los grafitis suponen un reto equiparable a una gran obra literaria.