De un tiempo acá, las encuestas reflejan cada vez menos la realidad del panorama electoral. Esto se ha demostrado por las predicciones que arrojan y que distan mucho de los resultados en los comicios de los últimos años. ¿Será que el interesado en el uso de esta herramienta, paga para que se difunda una información que favorezca a su candidatura y así influir en la decisión de los potenciales electores?
La información “basura” –como se le llama, en este caso, al insumo alejado de la verdad- es la que proporcionan los encuestados que sienten temor y/o vergüenza a expresarse libremente, o que se encuentran sumidos en la indecisión, o que, por ser adeptos a la práctica del oportunismo, esperan hasta última hora decidirse por la opción -presuntamente ganadora- más conveniente para sus intereses personales.
Aquí, cabe una reflexión: si la mayoría de ecuatorianos estamos conscientes de la desastrosa realidad económica y social que vive el país, no podríamos haber inclinado la intención de voto por el candidato oficialista que no cuenta con un perfil de estadista, y que tampoco podría convertirse en tal, de la noche a la mañana, confiando en sus dotes histriónicas, pero según las encuestas es el de mayor preferencia. Entonces se podría inferir que dichas encuestas no son confiables, puesto que el ciudadano consciente -que sigue conformando la mayoría-, por amor propio e instinto de conservación, no podría estar deseando, infringirse más daño del que ya ha sido víctima.
Quienes propugnamos el cambio radical de la estructura del Estado y de las proyecciones para el país, debemos asumir la responsabilidad de acuciosos veedores del proceso electoral y defensores de los resultados positivos que obtendrá la oposición, que deben ser el fiel reflejo del sentimiento ciudadano.