La amistad no puede valorarse, es algo que nace espontáneamente y fluye como un sentimiento que perdura para toda la vida, no tiene extensión ni medida, permanece en lo más íntimo de nuestro ser logrando crear un ambiente de mutua reciprocidad, pues involucra a dos personas que se sienten comprendidas y protegidas.
La amistad nace desde nuestra infancia cuando compartimos con nuestros compañeros de la escuela, con quienes jugábamos con naturalidad y libres de todo sentimiento egoísta y esa amistad fue acrecentándose más adelante cuando compartíamos las aulas del colegio, hacíamos deporte, posteriormente en la universidad, cuando teníamos aspiraciones y metas, a lo mejor parecidas.
También nuestra amistad estuvo vigente en nuestros hogares, cuando reconocíamos a nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros primos y muchos otros familiares como nuestros amigos, en quienes podíamos confiar y expresar hasta nuestros más íntimos sentimientos. Esa amistad que ha nacido desde nuestros primeros años de vida y se ha consolidado a través de los años, se ha hecho más fuerte en estos momentos de pandemia y de confinamiento, cuando nos intercambiamos mensajes, nos hablamos por teléfono y si las circunstancias lo permiten nos reunimos físicamente, lo cual evidencia la importancia de sentirnos solidarios en nuestras preocupaciones y anhelos de superar esos duros momentos de desconsuelo y desesperanza.
George Washington decía: “La verdadera amistad es una planta de crecimiento lento, y debe someterse y resistir los golpes de la adversidad, antes que tenga derecho a la denominación.”