Me permito resumir brevemente las marcas de identidad del depredador social también llamado psicópata integrado: “…su personalidad se caracteriza por el engaño, la mentira, el desprecio por los demás y su falta de empatía, su locuacidad, el encanto superficial, un exagerado sentido de su propia valía, un marcado egocentrismo, continua manipulación e incapacidad para establecer relaciones afectivas con los demás… Trata a los otros como simples objetos, cosifica a las personas y actúa siempre en propio beneficio, es muy egoísta, no tiene escrúpulos para hacer lo que él quiera y cuando él quiera, si con ello logra sus fines que siempre están enfocados a conseguir beneficios para sí: sexuales, económicos, posición social, prestigio académico, reconocimiento ante terceros, ascensos profesionales, protagonismo mediático, etc.” (Hare, 1934).
En los actuales momentos de nuestra política, resulta interesante analizar el concepto descrito, puesto que ilustra el conocimiento de una conducta que se la puede relacionar con la del ex presidente –que la desconocíamos cuando fue candidato-, y que de haberla detectado a tiempo, nos hubiera evitado el ejercicio de su mandato, con sus innumerables y erróneas acciones -en su mayoría vía decretos, que ahora entendemos satisfacían su desmesurado ego- que han llevado al país a la debacle económica y social, sin señales cercanas de solución.
Por las circunstancias que son de conocimiento público, el ex presidente debería quedarse en el país, en una muestra de respeto y lealtad que merecemos los ecuatorianos, hasta que se audite y fiscalice a satisfacción el manejo económico y financiero durante su larga gestión.