No lo conozco personalmente, coronel César Carrión, ni me honro con su amistad, pero no voy a callar al mirar su ejemplar conducta y compostura con la que enfrentó a la perfidia, a la infamia y la prepotencia, que se sirvió de todos los ardides, incluyendo los más viles, para mancillar su honra y su bien ganado prestigio.
Usted soportó varios meses de reclusión injusta y los enfrentó con hidalguía, con pundonor y paciencia, constituyéndose en un ejemplo para las viejas y nuevas generaciones de la patria. Usted sí que le dio un valor incalculable a su honra, no en vulgares parámetros monetarios, sino en aquellos eternos, de caballerosidad, de dignidad y altivez.
Gracias por ese ejemplo que nos ha dado. Ahora puedo, finalmente, volver a sentir el orgullo de ser ecuatoriano porque lo puedo citar –único entre tanta bazofia pública- como referente de que todavía existen entre mis compatriotas valores que están por encima del cálculo politiquero, el manoseo propagandístico y la viveza criolla que nos ha llenado de vergüenza y bochorno.