Ecuador es un país maravilloso, lleno de paisajes, ríos, montañas, playas, llanuras, bosques, nevados…
Es tanto lo que tiene que sirve (o debería) servir de motivación para sus ciudadanos. Pero no es así, es exactamente lo contrario. El problema es cultural lo que naturalmente genera baja estima, indolencia, cobardía.
Pero no es este el tema de esta nota. Ahora quiero referirme a una de las mayores miserias que nos asolan: el machismo, la ofensa, la agresión a la mujer; tema ancestral que se remonta a cientos de años atrás y que fuera sobrellevado por el género femenino con la humildad y el silencio de seres humanos considerados inferiores.
Pero no es así. En los últimos años la mujer ha demostrado su capacidad, inteligencia, sabiduría y ha comenzado a sobresalir en muchos aspectos reservados antes al hombre. Esto no significa que haya dejado de recibir el maltrato masculino, la ofensa diaria en casi todos los sectores de la convivencia social. Si me preguntaran las razones para que esta situación ultrajante y cobarde continúe, mencionaría las dos principales: convencimiento de superioridad manifiesta y fuerza bruta.
Creo, más bien estoy absolutamente seguro, que la inclusión de nuevas leyes, duras, exigentes y absolutamente claras sobre el respeto y el trato a la mujer podrían comenzar un cambio en esta situación tan vergonzosa.
La idea es generar una sociedad diferente, inclusiva, unida y voluntaria en la que desaparezca el abuso miserable y el sentido irracional de pensar en la superioridad de un género, y en la manifestación de una cobardía indigna para un hombre.