Es inconcebible que en pleno siglo XXI después de haberse aniquilado el sistema nazi-fascista que imperaba en gran parte de Europa en la primera mitad del siglo XX, y la extinción del malhadado estalinismo, con el que habían más similitudes que diferencias, aún persistan estados totalitarios de partidos únicos con dictaduras hereditarias, así como ignominiosos gobiernos fundamentalistas que mal interpretan los principios religiosos convirtiendo esos países en afrentas a las sociedades civilizadas.
Corresponde hacer lo que no se hizo ante la barbarie nazi-estalinista, expulsarlos del concierto universal de naciones, excluyendo todo trato diplomático, comercial, cultural, etc., ya que de otra manera los Estados que dicen observar la declaración de los Derechos Humanos, se convierten en cómplices y encubridores de la ferocidad que impera en esas desafortunadas naciones.