Ojalá que en este nuevo año 2016, los mandatarios del mundo y especialmente de Latinoamérica se despojen de la soberbia; de esa viciosa exaltación del ánimo y de esa ira expresada con acciones o palabras descompuestas e injuriosas, porque creen que el poder es eterno.
Aquí solo cabe preguntar: ¿Acaso no será la violencia política que viven algunos países el fruto de la soberbia de sus gobernantes? Si alguien desea averiguar hasta qué grado es soberbio, debería preguntarse a sí mismo: ¿Cuánto me disgusta que me desaíren, que no me presten atención, que me humillen o me deslumbren?
Por ahí encuentro un método rápido y práctico, que creo deberían utilizarlo ciertos mandatarios para achicar su soberbia. Es el siguiente: dirigirse a una zona rural y en el campo que más le guste, desnudarse y esperar a que anochezca. Luego caminar hasta sentir que está en medio de la soledad más absoluta.
Levantar la cabeza al cielo y mirar las estrellas. Colocar los brazos en jarra sobre la cintura en actitud desafiante como para expresar el inmenso poder que se tiene. Y finalmente, hinchando las venas del cuello, gritar a todo pulmón: “¡Yo sí que soy alguien verdaderamente poderoso!” Luego esperar el resultado. Si ve que algunas estrellas se sacuden, no se haga demasiado problema. Es Dios, que a veces no puede aguantar la risa.