Hace pocos días tuve la oportunidad de viajar a la ciudad de México para realizar una cobertura periodística. Durante los traslados en la urbe me llamó mucho la atención el hecho de que, pese al intenso tráfico (hay más de cinco millones de vehículos en circulación), existe una cultura del tránsito que logra poner orden a lo que podría ser caótico.
Aunque resulta extraño, se escuchan muy pocos pitos, los conductores suelen ceder el paso en las intersecciones y hay mucho respeto a los peatones y ciclistas en los cruces y pasos cebra, aun cuando los semáforos den el derecho de paso a los vehículos. Un taxista me explicó que hace mucho tiempo los automovilistas comprendieron que el abuso de las bocinas y las actitudes agresivas al volante no ayudan a llegar más rápido al destino. Por el contrario, el estrés solo vuelve intolerable lo inevitable, en un área metropolitana donde más de 20 millones de personas deben movilizarse a diario.
Los ecuatorianos aún creemos que con ‘clavarnos’ en el pito y pisar más fuerte el acelerador (incluso en medio de un embotellamiento) las vías se irán abriendo a nuestro paso. No deberíamos esperar a tener un tráfico como el de México para aceptar la realidad vial, relajarnos y ser más tolerantes.