Las crónicas periodísticas de la llegada de Juan Guaidó al Ecuador muestran a sus compatriotas venezolanos recibiéndolo con muestras de afecto. De la misma forma fue acogido por los ecuatorianos. Está claro el alejamiento del Gobierno de cualquier apoyo al régimen de Maduro, pero eso incluye algunos retos, el más importante: la doble representación diplomática venezolana en el país.
Por una parte, el Gobierno ha reconocido a Guaidó como presidente interino de Venezuela y, además, ha recibido a su embajador, René de Sola, como su representante en suelo nacional. Por otra, aún permanece una representación del Gobierno de Maduro en Ecuador, Pedro Sassone, el encargado de Negocios en Venezuela.
Sassone continúa despachando desde Quito y tiene en sus manos los asuntos consulares para sus coterráneos: entrega de cédulas de ciudadanía, pasaportes, actas de nacimientos, de matrimonios, etc. Trámites que si llegaran a faltar repercutirían únicamente en los ciudadanos venezolanos que transitan o se quedaron en Ecuador, mientras buscan un presente digno. Solo así se entiende la presencia de dos representaciones venezolanas en el Ecuador.
Con el enfriamiento de las relaciones diplomáticas con Venezuela, por no haber nombrado un reemplazo al embajador de la era correísta, y la sucesiva expulsión de la embajadora venezolana y del encargado de negocios de Ecuador, la sede diplomática de Ecuador en Caracas quedó regida por el jefe de Archivo, Manuel Caiza.
De él dependen los trámites consulares de al menos 100 000 ecuatorianos en ese país (no existe una cifra actualizada de ecuatorianos en tierras venezolanas). Eso más que nada, porque los temas de negocios entre los dos países son mínimos, en los últimos 10 años, las exportaciones ecuatorianas cayeron un 90%.
En una relación diplomática tan frágil y venida a menos, la sensibilidad de los dos gobiernos es clave para que los migrantes, de lado y lado, no salgan perjudicados.