Uno de los trabajos de periodismo de datos, presentados por este Diario, en esta época de elecciones fue uno que muestra que el promedio de votos con los que se ganaron en estos comicios seccionales bajó, de 45% en las elecciones del 2014, a 35% en los comicios del pasado 24 de marzo.
Varias lecturas se pueden desprender de esta realidad expresada en datos. De principio, el fenómeno no es tan dramático si en el proceso de calcular el promedio, no hubiera ciudades como Guayaquil, en donde Cynthia Viteri logró su pase al sillón de Olmedo con 52,60% de votos. El Puerto Principal, como tal, mantiene una alta fidelidad al modelo de gobierno de León Febres Cordero y Jaime Nebot. Es más, Viteri gobernará la ciudad con 12 de 15 ediles y no ha habido una transición, pues se argumenta que el modelo seguirá tal cual.
Sin embargo, ciudades como Quito tiene a un alcalde con la votación más baja (Jorge Yunda, 21,39%) y con apenas tres ediles en el Concejo. De ahí que sea interesante que Yunda haya tomado una iniciativa inédita de convocar a un buró consultivo de exalcaldes y a pedir a expertos en temas ciudadanos a que se sumen a su equipo.
Esas consecuencias de una votación holgada y de una votación dividida muestran los claroscuros de la democracia y la incidencia de las políticas estatales que, luego, terminan como anécdotas de números.
Las políticas electorales han sido maniatadas por los poderes de tránsito. No es noticia. Sin embargo, hay un breve punto de luz en donde converge algo de sentido común, que es cambiar las vivezas criollas de un partido hechas ley en el llamado Código de la Democracia. Como aquel que permite una facilidad para inscribir movimientos políticos, una facilidad dudosa, que a la final ha llevado a que en estas elecciones seccionales el margen con el que se ganaron las elecciones fuera bajo. De ahí que se hable de poca legitimidad. Son necesarias la reformas para acabar con esta dispersión del voto y la representatividad.