Este sábado se cumplen los 40 años del retorno a la Democracia. Se trata del periodo más largo en el que el país haya durado sin una dictadura militar, que es quizá de donde viene esa semilla caudillista que suele brotar en momentos clave de nuestra historia.
40 años pareciera poco tiempo. Pero no lo es. Muchos de los líderes de la época han fallecido y no se tiene una visión completa del qué y el cómo, que en este caso es que Ecuador no tenía libertad porque durante nueve años estuvo bajo regímenes dictatoriales. En 1970, José María Velasco Ibarra se declara dictador. En 1972, el comandante general del Ejército, Guillermo Rodríguez Lara, toma el poder, hasta ser sustituido por un triunvirato militar hasta 1979.
El 23 de diciembre de 1976 el triunvirato, intransigente y de pocas pulgas, permite la instalación de tres comisiones para el regreso a la democracia. La primera hace un proyecto de Carta Magna, otra hace reformas a la Constitución de 1945 y una tercera redacta la Ley de Partidos y la Ley de Elecciones.
1978 es un año importante en la transición: el 15 de enero los ecuatorianos aprueban por la nueva Constitución. Quienes asistieron a sufragar recuerdan que depositar el voto era como decir ¡largo, dictadores! Luego, el 16 de julio se votó en primera vuelta. En el balotaje del 29 de abril de 1979, el binomio Roldós – Hurtado se impuso a Durán Ballén – Icaza. El 10 de agosto de 1979 la nueva Constitución se pone en vigor y Roldós se posesiona.
40 años después, es poco probable que los militares apuesten por tomar el poder, pero sí -y como pasó- hay caudillos civiles, megalómanos y sedientos de poder pueden manipular las leyes para eternizarse en Carondelet; o que los ciudadanos crean que derrocar presidentes es democrático, cuando en realidad otros estamentos sacan provecho de esa práctica; o que se implante un sistema caduco de partidos cuando la política ya no es de patriarcas, sino que está atravesada por nuevas sensibilidades como las del feminismo o de los jóvenes que abrazan causas y no partidos.