El balotaje y los estándares de la ética
Ecuador fue a las urnas el pasado domingo. A pesar de la pandemia y de los varios problemas logísticos para ejercer el voto, los ciudadanos salieron dispuestos a cumplir con su deber cívico. El ausentismo fue del 18,76%, la tercera cifra más baja de personas que no votaron desde la última dictadura militar, en 1979. Bravo por los ecuatorianos y sus profundas convicciones democráticas.
Y ahora se viene la segunda vuelta.
Los ciudadanos lo han dado todo, incluso pusieron en riesgo su salud. Ahora es el tiempo en el que la clase política debe poner sus mejores argumentos para ponerse a la altura de esta actitud cívica, tanto para quien está confirmado, como para los dos postulantes que esperan la confirmación del Consejo Nacional Electoral (CNE) de quien queda en segundo lugar. Pasar a la segunda vuelta, más allá de ampliar sectarismo y visiones obtusas de la política y la economía, plantea la necesidad de los grandes acuerdos nacionales. Los candidatos necesitan de los demás. Está claro.
El balotaje es un segundo sufragio en el que participan los dos postulantes más votados en el primero, pues no consiguieron la mayoría requerida por el sistema electoral. De ahí que, muchos ciudadanos tienen que elegir a alguien que no estaba en su presupuesto ideológico, o en sus simpatías personales. Por eso, los candidatos finalistas tienen una deuda con estas personas que terminan endosando las papeletas por ellos.
La forma más lógica de responder a esa carga es tratar de que su gobierno sea un momento de inflexión en la historia. Si ese candidato recibe el próximo 11 de abril más votos de los que consiguió en primera vuelta, gracias al sistema del balotaje, está obligado moralmente a realizar acuerdos. Quedará en los estándares de su ética hacerlo.
Un balotaje significa que no hay mayorías aplastantes y que es necesario que el país se replantee las visiones parcializadas de la política y que echen raíces los valores de la verdadera democracia: la de los consensos.