Dos hechos internacionales son referenciales para tratar de buscar una respuesta a esta pregunta. El uno se encuentra en Europa y precisamente aterriza en Grecia. Tras atravesar una profunda crisis por más de ocho años, los griegos pusieron en marcha un severo plan de ajuste a sus finanzas y ahora retorna con éxito al mercado de capitales y coloca bonos en mejores condiciones que los negociados recientemente por Ecuador.
El otro hecho se encuentra más cerca, en Perú. Esta nación acaba de lanzar su Política Nacional de Competitividad y Productividad, que plantea incrementar y consolidar un crecimiento económico que le permita convertirse en un país desarrollado en un plazo de 20 a 30 años. Y para eso, tanto el sector público como el privado buscarán juntar esfuerzos para alcanzar ese objetivo.
¿Por qué esas referencias para Ecuador? En el caso de Grecia (hasta antes de la crisis del 2010), este país se acostumbró a vivir de plata prestada, pateando la pelota hacia adelante, asumiendo deudas de manera irresponsable para financiar el gasto corriente del Gobierno; todo esto en un ambiente de corrupción y elevado clientelismo político. Llegó la crisis y no tuvo más que aplicar medidas de shock y aceptar un salvataje de más de USD 250 000 millones.
Mientras que Perú, más allá de los problemas políticos y de corrupción, hay una estrategia que apunta hacia una meta clara, sobre la base de innovación, tecnología y proyección mundial que busca mayor crecimiento económico, competitivo, productivo y sostenible.
En Ecuador, el debate pasa ahora por lograr un acuerdo mínimo de gobernabilidad, pero en medio de esas intenciones está el problema económico, el excesivo endeudamiento, y las próximas elecciones, y el Gobierno tiene recelo de aplicar medidas de ajuste, para no afectar su mínimo capital político. Es elocuente la necesidad de acudir al FMI, pero según las autoridades eso se hará siempre y cuando sea políticamente viable y económicamente necesario. El país no tiene una brújula clara.