Hay situaciones que vamos a vivirlas una sola vez en la vida; situaciones que jamás, aunque nos lo propongamos, volverán a ocurrir, asà Saturno, Urano, Neptuno y el resto de planetas se alineen.
Podremos visitar un mismo lugar, pero jamás coincidiremos con las mismas personas. Nunca en la vida nuestra retina capturará dos fotografÃas idénticas, asà nos plantemos en el exterior de un mismo lugar dÃa y noche.
Y jamás en la vida nuestro corazón latirá con la misma intensidad al ver esa postal por primera vez o nuestro paladar sentirá esa misma explosión de sabores al entrar en contacto con algún manjar. ¡Qué penita!
Es más difÃcil que ocurra todo aquello cuando los protagonistas -hombres-mujeres-paisajes y más- de nuestras historias están en un mundo paralelo, como a 100 000 kilómetros de distancia. No, no estoy exagerando. Imaginen que esa ‘situación’ ocurrió en la China y que ustedes viven en Ecuador. Sumen, resten y multipliquen; verán que tengo la razón. Son muchÃsimos kilómetros.
Por eso está totalmente prohibido quedarse con las ganas: de abrazar, de besar, de comer. No serán como yo que no sé por qué dejé de probar el manjar más delicioso en mi último viaje; pensé que sufrirÃa un coma diabético -esto sà es una exageración-.
En realidad, lo probé, pero no me lo terminé, y ahora estoy muriendo de ganas. DarÃa lo que fuera por subirme a una máquina del tiempo y regresar, y … SÃ. Regresar y devorarlo.
¿Qué tenÃa de especial? Todo. Para empezar, era invierno, y los dulces en invierno son mucho más deliciosos que en cualquier otra época del año; reconfortan el corazoncito. Además, esa golosina era producto de una receta única: una mezcla de cebada y merlot.
El postre estaba hecho a base de uvas. Ya saben que yo soy fan del vino, por eso, aquello de merlot.
Cuando lo compré habÃa mucha gente. HabÃa música. Las personas sonreÃan y yo también. La composición era perfecta. Me concentré en todos esos detalles y de repente la golosina se esfumó. Supongo que el mesero- universo- se lo llevo por un descuido mÃo. Y seguro influyó eso de “me dará un coma diabético”.
Cuando quise continuar ya estaba de regreso a casa y aquà estoy desahogándome con ustedes. Dicen que las personas escriben para descargar todo aquello con lo que no quieren lidiar o para releerlo y volverlo a vivir. Yo lo hago para que no se me olvide ni un solo detalle de esa anécdota en Boston, o sea para revivirla cuando yo quiera.
El tema es trascendente para mà porque soñaba con conocer esa ciudad, disfrutarla y saborearla a detalle. Pero bueno…Lo que sà no me permità fue dejar de ver el rÃo Charles, el lugar por donde Haruki Marukami, mi mentor, la persona que me motivó a correr mi primera maratón, se preparaba para sus pruebas de larga distancia.
Es increÃblemente hermoso, asà como lo describe en su libro ‘De qué hablo cuando hablo de correr’.
¿También quisieran su máquina del tiempo? Los leo en pgavilanes@elcomercio.com
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