Las redes sociales están saturadas de imágenes de mujeres con cuerpos perfectos: abdomen marcado, glúteos firmes y pechos en su sitio. A la mayoría de ellas les acompaña una fotografía en la que muestran los componentes de su almuerzo: un filete de pescado, un puñado de lechuga y una pizca de arroz integral -estoy exagerando, pero les falta poco para decirnos “y complementamos esta comida con 10, 15, 20 granos de arroz”. Y nosotras, que casi siempre nos vemos con unos kilitos extras -aunque estemos perfectas- frente a nuestro espejo les seguimos el juego.
Lo hacemos sin darnos cuenta de lo perjudicial que eso le puede hacer a nuestra salud. Yo cometí ese error y lo hice aun conociendo de nutrición tras mis múltiples conversaciones con expertos en esa rama. Excluí de mis tres comidas fuertes –desayuno, almuerzo y merienda– todos los carbohidratos, un macronutriente indispensable en la dieta diaria al igual que las proteínas y las grasas. Esos se encargan de llenarnos de energía para el cumplimiento de todas nuestras actividades.
Hace cuatro años -2016- mi desayuno consistía en dos claras huevos y una taza de café. ¿Y los carbohidratos?, ¿y las grasas? Los excluí, al igual que a mi energía –esto se traduce en falta de fuerza, dolor de cabeza, cansancio y más-.
En el almuerzo comía una lata de atún y un tomate. En la media tarde una taza de té y un paquete de tostadas, mientras que en la cena le añadía a mi dieta una tortilla de huevos, obviamente sin yemas.
Comía todo eso luego de dos horas de ejercicios. ¿Los resultados? Tras casi un año de excluir grasas y carbohidratos -con varias trampitas- quedé reflaca. Mi peso promedio siempre ha estado entre las 120 y 125 libras (mido 1.65 metros). Luego de esa experiencia quedé en las 110. Jamás me vi como las ‘influencers‘ y adivine la razón: fácil, perdí más masa muscular que grasa.
Tuve que comprar nueva ropa y finalmente visitar a un deportólogo y nutricionista, pues mi objetivo era continuar con mis aficiones: levantar peso en el gimnasio y sumar kilómetros sobre el asfalto o en la montaña.
La nutricionista incluyó carbohidratos y grasas en mi dieta diaria, macronutrientes que incluí poco a poco. La cantidad me sobrepasaba, así que esa fue la solución más funcional para mí. Ahora, entreno y seguramente estoy comiendo más carbohidratos de los estipulados por mi especialista. Eso pasa porque con el tiempo empiezas a conocerte y según la necesidad ingieres los alimentos. Aún así creo que las visitas periódicas al nutricionista son importantes para conocer los avances y evitar enfermedades.
PD: Estoy en las 127 libras.
¡Que tengan un linda semana, nos leemos pronto!
Una dieta balanceada y la práctica de ejercicio influyen en el estado de ánimo de las personas. Foto: Ingimage