En las primeras escenas de The Banshees of Inisherin (2022) escuchamos unos diálogos rimados que buscan establecer el marco de verosimilitud por el que vamos a ingresar: estaremos de frente a un relato con algo de fábula, de leyenda, de cuento de hadas o brujas. Justo frente a la isla ficticia en la que sucede la historia, a manera de espejo, escuchamos la guerra civil irlandesa a lo lejos: una pelea entre hermanos, como si de nada hubiera servido dejar el yugo inglés; como si la violencia –en un gran pueblo o en una isla perdida– fuera una espiral sin fin. Porque, en la pequeña localidad de Inisherin, Colm ha decidido dejar de ser amigo de Pádraic, señalando que no quiere perder más tiempo con las típicas conversaciones banales de una amistad. En el tiempo que le queda de vida, quiere dedicarse a componer música, y se mutilará un dedo ante cada intento de acercamiento de quien es el hombre más bondadoso del entorno. Varias características de este relato de perplejidad ante un rechazo inesperado manifiestan claros ecos de la literatura de Flannery O’Connor: los personajes marginales, la constante iconografía religiosa y quizás cierta crudeza. Sin embargo, al británico Martin McDonagh le falta algo del fuego que caracteriza a la escritora sureña. Quizás el personaje de Siobhan, la única con el corazón en su sitio –como diría la misma Flannery–, es su mejor intento.